Por A. Martín López Saldaña
Cuando me desempeñaba como bibliotecario referencista de la Dirección de Servicios e Investigaciones Bibliográficas de la Biblioteca Nacional del Perú, durante una reunión de trabajo celebrada el 10 de julio de 2003 el entonces director técnico, Dr. Osmar Gonzales, me propuso realizar un comentario sobre el libro Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero de Roger Chartier, proporcionándome al efecto un ejemplar de su propiedad. Dicha reseña se publicaría en la revista Fénix cuyo relanzamiento el Dr. Gonzales venía impulsando. Pocos días después (el 25 de julio), concluida esta labor, procedí a retornar el ejemplar a su dueño y a remitir a la dirección técnica de la BNP la reseña adjunta al informe respectivo. Por razones que desconozco por entero, este pequeño trabajo no llegó a ver la luz y tiempo después el Dr. Gonzales era removido del cargo.
En 2018 el Dr. Gonzales se encontraba nuevamente laborando en la Biblioteca Nacional, esta vez como asesor. Durante un encuentro casual en los pasillos del local de la Biblioteca Nacional de San Borja, me preguntó en qué número de Fénix había salido publicada mi reseña, a lo cual contesté que no había llegado a publicarse. Asombrado, me pidió que lo volviera a presentar, cosa que hice al efecto, a pesar de lo cual esta reseña no llegó a publicarse.
Como en 2003 y en 2018, hace pocos días he vuelto a leer esta reseña elaborada durante mi juventud, y no encontrándole defecto alguno (disculpen la modestia), opto por rescatarlo del olvido y a través de su publicación en este blog, a someterla a consideración del público lector.
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La palabra escrita, asimilada mediante el acto de la lectura, ha sido objeto de múltiples estudios y materia de debate en conversatorios de todo tipo. Más aun en los últimos tiempos con la irrupción de las nuevas tecnologías de la información, que algunos intelectuales se apresuraron en preconizar sería el fin de la cultura escrita y el inicio de la era digital. Al margen de esta polémica, en el Perú aun no podemos congratularnos de contar con algún autor que haya realizado un análisis a profundidad de las formas, las significaciones y los usos de la cultura escrita, temas habituales para el reconocido y prolífico historiador Roger Chartier (Lyon, 1945).
En trabajos anteriores tales como El orden de los libros: Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XVI y XVIII[i]; Sociedad y escritura en la edad moderna: La cultura como apropiación; y El mundo como representación: Estudios sobre historia cultural, Chartier explora diversos aspectos relativos a la escritura según los tiempos, los lugares y las sociedades: los medios de producción de los textos, la circulación de los mismos y la lectura como vehículo de apropiación de lo escrito y generador de nuevos significados por parte de los lectores. Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero[ii] prosigue este derrotero, enmarcado en una feliz combinación de crítica textual, historia del libro y sociología de la cultura. Pluma de ganso es una recopilación de seis ensayos producidos por el autor en el curso de una visita a la Universidad Iberoamericana de México en junio de 1996. Al final de cada ensayo, el autor inserta una cita alusiva al tema expuesto con el objeto de reforzar o recrear la idea central del discurso.
El primer ensayo, El poeta y el rey, hace alusión a los protagonistas del relato de Jorge Luis Borges titulado El espejo y la máscara. El poeta Ollan intenta hasta en tres oportunidades satisfacer el pedido del rey de Irlanda de crear una oda que celebre su más reciente triunfo de armas. En las dos primeras ocasiones fracasa al presentar en primer lugar una suerte de monumento literario estrictamente ceñido a las reglas y convenciones que rigen la composición de esta clase de textos, y seguidamente, una composición libre de toda atadura normativa donde el vate apela a lo imaginario y a la fuerza de la expresión. Finalmente, el rey queda satisfecho cuando el poeta recita la oda esperada, que “era una sola línea” fruto de la inspiración y que no había sido escrita ni podía repetirse. A través de estos tres momentos, Chartier define algunos elementos de la cultura escrita: la norma estética (imitación, invención, inspiración), los modos de transmisión de los textos (recitar, leer en voz alta, decir para sí mismo), la identidad del destinatario (el público, los letrados, el rey o el mismo poeta), y las relaciones entre las palabras y las cosas (en el contexto de la representación, la ilusión o el misterio).
En La pluma, el taller y la voz, el historiador francés revisa algunas de las principales tendencias empleadas para historiar un texto. Conceptualiza a la “historia literaria, la crítica textual o la historia cultural” como “el proceso a través del cual lectores, espectadores u oyentes dan sentido a los textos de que se apropian”. La significación de los textos depende de las capacidades, los códigos y las convenciones propias de las diferentes comunidades que constituyen sus diferentes públicos. Chartier recrea esta afirmación a través del estudio de las comedias de Moliere, donde el efecto de los textos varía según las modalidades de presentación de los mismos: En Versalles, con inserciones de los divertimentos ofrecidos durante la celebración de fiestas; en el teatro Palais Royal, prescindiendo de otros elementos tales como el canto, la música o el ballet; y finalmente en su forma impresa en múltiples ediciones. En consecuencia, la labor de historiar los textos equivale a historiar las diferentes modalidades de su apropiación, teniendo en consideración por un lado al “mundo de los textos” (materialidad de los mismos) y al “mundo del lector” (corporalidad de los lectores).
En el intento de reconstruir modalidades primitivas de apropiaciones orales de los textos, Chartier recomienda al historiador el empleo de recursos tales como la ubicación de las representaciones literarias de la oralidad al interior de obras como El Quijote. Del mismo modo, puede recurrirse al reconocimiento de lo que Paul Zumthor denominó “indicios de oralidad” en secciones que brindan algunos alcances sobre quiénes leerán y quiénes escucharán los textos: prólogos, avisos al lector, advertencias, etc. Otro recurso a ser tomado en cuenta es la destinación oral de las obras, ejemplificado con el análisis de la fragmentación de un texto en capítulos cortos, que suponen una duración limitada para no cansar al auditorio, y la imposibilidad para que los oyentes memoricen una intriga demasiado compleja.
La puntuación del texto y las transformaciones sufridas en el paso de la puntuación de la oralización a la puntuación gramatical merecen por parte del autor un detenido estudio. Chartier se aboca a examinar la intervención de los componedores de textos en la imprenta, y especialmente, en la preparación de los manuscritos por los correctores de texto para su posterior impresión.
Chartier recurre a tres textos – la Scienza nuova de Vico, el Esquisse d’un tableau historique des progres de l’esprit humain de Condorcet y las Remontrances de Malesherbes para distinguir “las edades y las épocas a partir de las diferentes formas de escritura o de las diversas modalidades de transmisión de los textos” y concentrar “la atención en la significación intelectual, social o política de las rupturas fundamentales que transforman los modos de inscripción y comunicación de los discursos”. Tales son las ideas centrales del ensayo El alfabeto y la imprenta.
De la representación mecánica a la representación electrónica actualiza los postulados planteados por Walter Benjamin en su ensayo de 1936 L’ouvre d’art a l’epoque de sa reproduction mécanise aplicándolos a la llamada “revolución electrónica del texto”, donde la nueva economía de la escritura anula las distinciones antiguas que separaban los roles intelectuales y las funciones sociales, debido a la posible simultaneidad en la producción, la transmisión y la lectura del texto, y donde llegan a fusionarse en una misma persona las labores de autor, editor y difusor. La representación electrónica supone, además, el cambio de la percepción y el manejo de los textos, verbigracia, cuando el lector ejerce el dominio sobre la división y la apariencia de las unidades textuales que requiere leer o consultar, y al visualizar en la pantalla de un computador el texto de la forma vertical similar a la de un rollo de la antigüedad pero con todos los elementos propios de un libro (paginación, índice, etc.). Chartier advierte sus posibles consecuencias: La multiplicación de comunidades separadas a causa de los usos específicos de la nueva técnica, o por el contrario, la universalidad virtual donde cada individuo puede participar en la producción y la recepción de los discursos.
Retomando las conclusiones del ensayo anterior, en Obedecer y razonar Chartier destaca las reflexiones que Foucault desarrolla a base de la teoría propuesta por Kant en escritos relativos a la naturaleza de la Ilustración. Según Kant, en el ejercicio de la razón se deben distinguir dos entidades: Lo público (o universal) y lo privado (intereses particulares). En la consecución de lo universal, “la circulación de lo escrito” (la comunicación escrita), “que autoriza la comunicación y la discusión de los pensamientos (…) es la única figura aceptable”. No obstante, “el público del mundo de los lectores” no es toda la sociedad, pues a juicio de Kant “falta todavía mucho para que, tal como están las cosas y considerados los hombres en su conjunto, se hallen en situación, ni tan siquiera en disposición, de servirse con seguridad y provecho de su propia razón” en cualquier materia. Esta afirmación cobra actualidad, según Chartier, debido a las nuevas técnicas de transmisión electrónica que hace posible el uso público de la razón de aquellas personas que pueden acceder a este medio, pero donde el “público” que lee y escribe no abarca a la totalidad del pueblo. Así, la sociedad civil universal se pondrá de manifiesto únicamente cuando el público y el pueblo se superpongan.
Al borde del acantilado constituye una metáfora de la perenne situación en la que se encuentra quien se aboca a la empresa de investigar sobre las relaciones entre producciones discursivas y prácticas sociales, donde existe la tentación de borrar las diferencias entre la lógica que organiza la producción y la interpretación de los enunciados y la que rige las acciones y las conductas, en especial apuntando hacia la investigación histórica. Apoyado en los enunciados vertidos por tres autores –Michel de Certeau, Paul Ricoeur y Hayden White- Chartier resalta el contexto de crisis que afronta la disciplina histórica en los últimos tiempos, causada por la incertidumbre e interrogantes que surgen sobre la validez del uso de ciertos métodos y teorías que la integran. Como reacción inmediata, hay un retorno del investigador a la historiografía, lo cual remite a considerar necesariamente las condiciones de producción y los usos de los documentos escritos. Se hace necesaria, entonces, una nueva reflexión sobre la naturaleza de las relaciones que la narrativa de la historia o discurso mantienen con lo real. En suma, los textos contenidos en Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero se dirigen fundamentalmente a un público historiador, aun cuando esto no sea óbice para que otras personas potencialmente interesadas e involucradas en el tema de la escritura (sociólogos, antropólogos, bibliotecarios, bibliófilos, etc.) disfruten la lectura de tan interesante obra. Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero constituye, como bien señala el autor al final del Prólogo, una invitación “a pensar mejor nuestro presente. A pensarlo mejor, y quizá, a hacerlo mejor”.
[i] Véase la reseña correspondiente en Fénix N° 43-44, 2001/2002.
[ii] México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 1997 (Colección Historia Cultural).